Diciembre, mes del amor

02.12.2011 21:12

 

Diciembre es un mes marcado especialmente por el amor. Es el mes en que la Iglesia celebra con singular solemnidad la Inmaculada Concepción de María, de aquella que, preservada del pecado original, sería destinada a ser la madre del mismo Dios y a la que “felicitarán todas las generaciones”, porque el Poderoso había obrado grandes cosas en ella (Lc 1,48-49)

¡Qué bien lo entendió el teólogo inglés Duns Scoto, que, ante los profundos debates suscitados en la Iglesia por la posible promulgación del dogma de la Inmaculada Concepción, afirmó valientemente su conocida máxima: “Si Dios no pudo concebirla sin pecado original, es que no era omnipotente; y, si siendo omnipotente, no lo hizo, es que no quiso; por lo cual, si la concibió sin pecado original es que pudo y quiso.

Así lo creyó siempre el pueblo llano y sencillo, el pueblo al que Dios descubre siempre las cosas más grandes y sencillas, y por lo que el mismo Jesús, en un impulso de júbilo, bajo la acción del Espíritu Santo, exclamó: “yo te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque habiendo ocultado estas cosas a los hombres sabios y hábiles, se las has revelado a los sencillos. Sí, Padre, porque a ti te agradó (Lc 10,21).

Asimismo, lo confirmó la Iglesia por boca del Beato Pío IX el 8 de Diciembre de 1854, y ratificado por la misma Virgen María en sus apariciones a Sta. Bernardette de Soubirous en la gruta de Masabielles de Lourdes, en Febrero de 1858, diciéndole: “Yo soy la Inmaculada Concepción”, mientras el río Gave, acariciando la gruta, musitaba su canto de alabanza…

¡Oh Virgen Inmaculada! Permíteme, te lo ruego, que, desde la pobreza de mi corazón, humildemente me atreva a glorificar a la Santísima Trinidad, porque, “mirando la humillación de su esclava -María-, desde ahora me felicitarán todas las generaciones” (Lc 1,48-49).

Y como los que se humillan serán enaltecidos, la pequeña María, la casi niña de Nazaret, la siempre llena de candor y pureza, la “regia pobrecita del resto de Yahvé”, es la que Dios Padre elige, para concebir por obra del Espíritu Santo, a su mismo Hijo, “Hijo del Altísimo”, y darlo a luz en un pobre establo, cobijado por la humildad de un pesebre y el calor incomprensible de unos animales, mientras se oían cantos celestiales de gloria, y los ángeles anunciaban a los pastores que velaban al raso y que formaban parte del colectivo marginado y despreciado por la alta sociedad judía de la época.

Hoy, como entonces entonaban los ángeles cantos de gloria, la creación entera y hasta la Iglesia canta, maravillosamente sorprendida: “¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor!” Sí, gloria a Dios y paz a los que aman, a los que perdonan, a los que bendicen incluso a quienes les maldicen, a los que alegran a los tristes, a los que sonríen, a los que consuelan, a los que alientan y confortan, a los que saben darse a sí mismos por amor. ¡Paz y felicidad a los hombres y mujeres que saben ser testimonios de la alegría que nos trajo el Niño Dios!

Queridos amigos isleños: En la alegría infinita de Dios Alegría, atrevámonos a tomar entre nuestros brazos al Niño Jesús y junto a su corazoncillo divino poder oír y sentir el ritmo de sus latidos mareando el Amor…

Feliz y Santa Navidad con la pequeña María, -Mar de luz, poesía, música y pureza de San José- Sacramento de la Paternidad de Dios en la tierra, maestro de silencio y humildad, con el pequeño e inmenso Jesús, que se entrega a cada uno de nosotros, por amor, Él que es el Amor…